11 febrero 2009

Miraflores



Hace de esto unos años un hombre se encontraba sentado en la mesa de una cafetería. Una mujer desde la puerta lo vio, entro, se le acerco y le pregunto si se podía sentar con él. Poco después llego una anciana, miro buscando y el hombre comprendió que buscaba a la mujer. Ahora los tres estaban sentados en la misma mesa. Y, la conversación prosiguió. En los pueblos pequeños la pregunta “¿y, tu de quien eres?” te la topas a poco que te descuides, el hombre noto que la anciana ardía en deseos de conocer la respuesta pero que por una cortesía poco habitual no hacía la pregunta. Comprendiéndola condujo la conversación hacía donde ella necesitaba y por fin a la anciana se le alegro el rostro y las sombras, casi todas abandonaron la conversación.

Nos contó entonces, como de niña ella era la encargada de ir comprar los tomates que su madre vendía. Iba a una huerta, la de la Señora María. Allí se hacía con un cesto de tomates y luego pedía si le daban uno o dos para comerse ella por el camino. Por lo visto la Señora María siempre se los daba y la anciana afirmaba recordar aun ahora el sabor de aquellos tomates.

Aquella huerta se llamaba y se llama todavía Miraflores y cuando el camino de tierra que llevaba hasta ella se convirtió en calle esta tomo también ese nombre. En esa calle me crié yo y en esa huerta nació y creció mi madre.

De repente deje de ser un desconocido para esta anciana. Y, me convertí en algo familiar para ella.

Pasaron uno o dos años antes de que la primera mujer de esta historia volviera preguntarme si podía sentarse conmigo, pero en esta ocasión al día siguiente volvió y al otro y de nuevo al otro. Por supuesto no volvió a preguntar, tampoco tenía necesidad de hacerlo. Pasaron bastantes meses antes de que yo me percatara de que si, de que vale, que nos habíamos hecho amigos. Pero aun pasaron más antes de que descubriera que para ellas yo no soy Manolo, ni Manuel y jamás lo sere. Soy Miraflores y para mi sorpresa no me disgusta el mote. Me he descubierto a mi mismo, sin pretenderlo, fortaleciéndolo al recurrir a él cada vez que mi propio nombre y apellidos, tan comunes, me generan trabas en Internet. Visto lo cual he decidido adoptarlo “oficialmente”.

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