31 julio 2009

Sobre la filosofía, el teatro y la locura

Cuentan que una vez hubo un filosofo tan convencido de que el ser humano es racional por naturaleza que vivía convencido de que la locura no existía.

Para este buen hombre la locura era solo puro teatro y nada más y los locos gentes que nos toman el pelo, aprovechándose de nuestra ignorancia e ingenuidad para reírse de nosotros.

Tan convencido de ello estaba que se decidió a demostrar ante una manada de incrédulos que estaba en lo cierto.

La demostración era sencilla, “actuare como un loco, pensare como un loco, sentiré como un loco”,
(la cita, por supuesto, no es literal). Entonces el filosofo se convirtió en actor y tanto, pero tanto, se metió en el papel...

… Que termino loco de verdad.

Lo que prueba que en efecto la locura existe y no es cosa de cuerdos jugar con ella.

Bueno, eso es lo que cuentan. Mas yo me pregunto una serie de cosas...

¿No sera más bien cierto que el resultado de lo acontecido fue otra cosa?

¿No sera que tomar el pelo a la gente es tan divertido que una vez comienzas no das parado?

Que el teatro transmuta almas, corazones y miradas es por todos bien sabido. Ese es el don del arte.
Lo hace con las almas, corazones y miradas del publico por supuesto, ¡cuanto más no lo hará en el alma, corazón y mirada del actor!

¿Fue eso acaso lo que de verdad aconteció?,

¿Llego el teatro y obro el prodigio?

¿Vivió y murió el filosofo enamorado de su papel, pero papel al fin y al cabo?

A ciencia cierta lo único que sé es que yo si voy vivir y morir sin llegar jamás a conocer la respuesta.

(Nota : Esta entrada tiene más de un culpable y es consecuencia del efecto combinado y travieso que en quien esto escribe produjo recordar a la vez dos entradas distintas en respectivos blogs ajenos, el de Nes y el de Alicia.)

29 julio 2009

De la amistad (III)



Llegue a Madrid y nada fue como esperaba; y, salvo una cosa, todo fue como debiera haber esperado.

Ella es mi mayor amiga y es mucho lo que hemos vivido juntos. A las dos semanas de estar en Madrid yo ya me había percatado de que pasaba algo que me parecía raro. Apenas la veía.

Quedábamos unas horas muy de vez en cuando, comida incluida y eso era lo raro. Puede que os parezca sin embargo normal, pero no la conocéis. Ella es esa clase de persona a quien le duele encontrarse una mosca aplastada en el suelo. Y, no me entendáis mal, por favor, lo que le duele es la mosca y el sufrimiento que se imagina paso la mosca, no la mancha. Y ella conocía mis circunstancias en Madrid, para colmo me aprecia de un modo especial y por supuesto se lo pasa bien conmigo y por lo tanto todo eso, junto, hacía que me resultara raro que no me dedicara más tiempo. En otra persona me habría parecido normal, pero en ella me chocaba

Dos semanas antes de volver a Galicia yo ya había decidido que visto lo visto en Madrid me volvía a casa y abandonaba viejos sueños, sin realmente haber llegado a luchar por ellos, por eso de una retirada a tiempo es una victoria, en este caso media. La llame y se lo dije por teléfono, entonces rompió a llorar.

Es culpa mía, por no haberte cuidado lo suficiente, me dijo.

Bueno, yo no me sentía muy cuidado, eso es cierto, pero tampoco se me ocurrió pensar que hubiera culpables. Pero de creer en culpables los habría buscado en un pasado muy lejano. Nunca en ella.

Insisto en que la conozco muy bien.

Pero hablar por teléfono no es hablar cara a cara, ese día no logre gran cosa. Pero quedamos para comer juntos al día siguiente.

Esas cuatro horas las dedicamos a tratar inútilmente de encontrar forma de contactar con el viejo amigo que nos presento (¡lo que son los años y su paso!), contarme ella lo que le sucedía y yo a dar mi opinión sobre ello.

Mi amiga tiene una madre en relativo buen estado de salud pero que necesita de casi permanentes cuidados, hasta el punto de que para ella salir al ciber a enviar un mail a su director de tesis le puede representar un problema en casa. Por lo tanto al novio lo ve, por motivos de trabajo, un par de horas en medio de la semana y, por el mero placer de verse, unas horas también la tarde del sábado y otras pocas las mañanas del domingo. El hombre lleva aguantando así dos años y esta hasta las narices.

Ella a diario se come los reproches de la madre, y, cada vez que lo ve, los reproches del novio.

De donde no hay no se puede sacar, que dice el refrán y aun así ella sacaba el tiempo que podía para mi, incluso de donde dónde no lo tenía. Y, seguía sintiéndose culpable.

Culpable por tener abandonada a su madre. Culpable por tener abandonado a su novio. Culpable por tener abandonado al amigo. Culpable, culpable, culpable.

No es fácil sentirse inocente cuando alguien a quien amas te siente y cree que eres culpable y sincera y honestamente te lo dice, una y otra vez otra y Todo ello día tras día, cada día que le ves.

Cuando ese día nos despedimos creo que ya habíamos logrado que independientemente de lo que opinaran su madre y su novio ella comenzara a analizar y por lo tanto juzgar su presunta culpabilidad de un modo objetivo.

Poco después escribí para ella El arte del espejo (I) y lo subí al blog.
Unos días después volvimos a vernos. “¿Te acostaste con las dos?, fue entonces su único comentario sobre lo del blog. Tarde en comprender lo que esa pregunta significaba.

Mi amiga se había juzgado, encontrado y declarado inocente.


Fue la única cosa buena que realmente hice en Madrid y esa desde luego era la mejor forma en que ella podía ayudarme, haciéndome sentirme útil, pues la soledad la soporto muy bien, en cambio el sentimiento de inutilidad, de que mi vida es nada

Esso sinceramente me mata