29 agosto 2009

Del arte de ser feliz sin pedir nada a cambio


Creo que la humanidad se divide en dos clases de personas.

La de aquellos que comprenden el titulo de esta entrada y saben que ya no hace falta decir nada más. Y, la de aquellos otros, yo por ejemplo, que pueda que seamos capaces con la cabeza de leer y entender lo que dice el titulo pero que nuestro corazón no lo sabe comprender.

... No puedo evitar ver que solo los primeros pueden llegar realmente a ser felices. Y, que de las dos partes, en las que aquí he divivido la humanidad, la más sabia es la primera.

24 agosto 2009

ADNAN


Siendo Adnan joven trabajaba de medico en su tierra natal, pero aquella no era entonces, ni es ahora, una tierra de paz. Por fortuna lo avisaron que o se largaba o lo enterraban, cosa de agradecer, por cierto, pues no siempre es costumbre avisar a tiempo de tales pormenores.

Adnan abandono su tierra y encontró refugio en España. De eso hace ya cuarenta años, que se dice pronto.

Nosotros le conocíamos solo de vista, era el anciano ese que con pinta de duendecillo, llegaba al pueblo durante el verano y vendía sentado ante San Martín, a la puerta del juzgado, sus pulseras de cuero. Era eso y solo eso hasta que también él comenzó a frecuentar el Babilonia, esa cafetería en la que de un modo u otro, tarde o temprano, todos recalamos. Allí, no en la calle, bajo ese techo, le conocimos.

¡Adnan es también un babilonio, uno de nosotros!

Pero, se nos va.

Es costumbre entre los babilónicos crear un blog cuando un amigo se va. O lo era hasta que comenzaron a apreciarse las ventajas de Facebook.

No le vamos sin embargo pedir a Adnan que cree un blog para nosotros... La tradición esta muriendo.

Pero queremos Adnan, que cuando te halles por fin en tu tierra, con tu gente, con tu familia, a sabiendas de que probablemente no volveremos a vernos... sepas también, que aquí, entre nosotros sigue habiendo un sitio para ti. Que también aquí tienes a tu gente.



12 agosto 2009

Las lágrimas de San Lorenzo


  1. Desde que conozco le existencia de las Las lágrimas de San Lorenzo, la noche del 11 al 12 de agosto... año tras año... haber nacido en esta noche, hace ahora 46 años, siempre me parece raro... y de un modo... ¿infantil quizá?... no puedo dejar de preguntarme... ¿Serán las Perseidas, esta lluvia de estrellas la forma en que el mundo, aun sin yo saberlo, celebra mi nacimiento?

… ¡Millones de nosotros nacimos una noche, un año u otro, bajo esa lluvia de estrellas!

Soy uno más.

Y, sin embargo y aun así. La pregunta persiste... ¿Serán las Perseidas, esta lluvia de estrellas la forma en que el mundo, aun sin yo saberlo, celebra mi nacimiento?

Por eso siempre acabo preguntándome lo mismo... ¿Los demás nacidos un doce de agosto se harán la misma tonta pregunta, que año tras año me hago?

El poeta

La que os voy contar es una historia que no me pertenece y cuyo comienzo desconozco; pero, dado que la he de comenzar por algún lado, la iniciare por el final.

Era una tarde, de verano creo recordar, una tarde como otra cualquiera. Una tarde que no cambio nada, pero sin la cual yo no conocería el final de esta historia.

Aquella tarde...

Me encontraba trabajando en el hospital Provincial de Santiago de Compostela, en la segunda planta, en el pasillo de la izquierda según se sube. Éramos varias enfermeras, dos auxiliares y un celador para atender a los pacientes de unas dos docenas de habitaciones. Y, de momento todo había ido como debía ir, sin problemas. De hecho es aun así como transcurre aun hoy aquella tarde en mi recuerdo.

Y, sin embargo...

Sobre las cinco, la hora en que auxiliares y celador van habitación por habitación buscando pacientes que levantar al sillón, que movilizar en la propia cama si ni sentarse pueden, a la búsqueda, caza y captura de pañales sucios que sustituir por otros... y, en general a cualquier otra cosa que de cerca o de lejos tenga algo que ver con la comodidad de los pacientes... fue en ese momento, que las palabras de las dos auxiliares y una de las enfermeras me interrumpieron mis propios pensamientos, que ya no recuerdo cuales eran.

...Entre ellas hablaban de un paciente, “que no se os olvide... bla, bla, bla”.

No recuerdo lo que. Mirarle esto o lo otro, supongo que lo de costumbre, un “ver si...” o un “mirar que...”, lo que fuera, da igual. Importa que ellas parecían conocer al paciente, de los días anteriores y aunque yo aun no lo había visto, por las palabras que eligieron para referirse a él, sentí, que de las cuatro personas que en ese momento nos encontrábamos en esa parte del pasillo, las tres que hablaban y el que solo escuchaba, de las cuatro, solo este ultimo, quizá, supiera realmente de quien estaban hablando.

Hoy en día, en nuestra sociedad, tarde o temprano, todo el mundo acaba pasando por el hospital. Por ese edificio desfila la sociedad entera, como visita, cuando solo se visita; como acompañante, cuando toca y como paciente, cuando mal que nos pese también nos toca serlo. Por eso no tenia nada de extraño, que allí, aquella tarde, un paciente, de entre unos cuarenta que habría, pudiera ser conocido mío. Si acaso lo que me sorprendía es que tras diez años sin tener noticias suyas el “poeta” hubiera vuelto a aparecer en mi vida.

En efecto, era él.

Estaba solo, entre sabanas de la única cama de una habitación individual. Si consciente o inconsciente imposible saberlo. Respirando con dificultad. La piel húmeda por un sudor que no pareció provenir para nada del calor de aquel verano.

Allí estaba.

Pronuncie su nombre, pero creo que nadie me oyó, ni la auxiliar demasiado ocupada atendiéndolo, ni él, cuyo cuerpo estaba allí y su mente, estoy seguro, en alguna playa del sur de España, que piso en su juventud.

El hombre agonizaba. Solo.

Solo, sin nadie que se doliera a su lado.

Solo, sin nadie...

Solo...

¡No!

¡Yo sé que solo no!

Allí, cierto, no había nadie más que una auxiliar, un celador y un cuerpo moribundo.

Pero el hombre que habito ese cuerpo, cuando yo le conocí ya estaba muerto. No muerto de la muerte que a todos nos ha de llevar, eso es verdad, pero muerto y bien muerto. Muerto de “muerte blanca”, de esa clase de muerte que se te lleva sin dejar rastro, huella ni cadáver. Esa clase de muerte que los médicos no llaman así. Esa clase de muerte cuya existencia solo unos pocos sospechan y todavía menos conocen...

Perdonadme, no me estoy explicando.

Pero permitidme ahora que os cuente como conocí a este hombre, cuyo cuerpo vi. agonizar.

Fue hace de esto unos diez años, más no creo. Una noche. En Santiago de Compostela. Finalizando el curso. En una fiesta de estudiantes. En un piso alquilado por tres de esos estudiantes y un pintor y poeta que se ganaba el pan ofreciendo sus poemas y pinturas por las calles de Santiago.

Yo que recuerde, nunca antes le había visto y aquella noche tampoco me había a mi venido a cuento fijarme en él. Era simplemente uno más de los treinta o cuarenta que por allí andábamos, entre alcohol, música,…

Ni el se fijo en mi, ni yo en el.

Pero al final,...

En fin, las cosas no siempre terminan siendo como empezaron.

Por una vez que realmente me lo estaba pasando bien en una fiesta, va y surge un mal rollo de celos, si de esos que revientan cualquier animo festivo y que por supuesto aquí no vamos a relatar, pero que... me retiene clavado en el lugar de donde ya me habría ido de no ser por el mal rollo y mi intento de neutralizarlo, disolverlo y eliminarlo. Así fue como le conocí.

Fuera porque los malos rollos espantan a la gente o porque ya fuera hora de continuar la fiesta en otra parte o por una combinación de ambas razones... Cuando me di cuenta el lugar parecía desierto. Allí solo quedábamos una mujer secándose las lágrimas y, yo que continuaba sin entender muy bien lo que había pasado. Dos personas, no ya treinta o cuarenta, pero tras percatarnos del que nos pareció repentino silencio, decidimos irnos, salir, Pero, no pudo ser. Algo nos detuvo.

Yo probablemente me habría ido sin más de todos modos, pero ella es unas diez veces más compasiva que yo para esas cosas y para colmo su perspicacia para detectar esas cosas es, tirando por lo bajo, otras diez veces mayor que la mía. Por lo tanto, no nos fuimos, nos quedamos.
Un rato más.

Sentado en el suelo, al lado de la puerta por donde habían salido todos los demás había un hombre.

Ella se paro, se acuclillo a su lado, con la derecha, al hombre le levanto el rostro que este tenía enterrado en el pecho. El hombre la miro, “se han ido”, le dijo. “¿y, tu?”, le pregunto ella y el hombre se encogió de hombros y volvió a enterrar el rostro. Así que nos quedamos.

Uno sentado, una acuclillada, otro de pie; y, pronto uno sentado y dos acuclillados; pero, finalmente, allí solo había tres personas sentadas. Fue entonces, cuando por fin el hombre pareció comprender que no nos pensábamos ir hasta que no respondiera a mi compañera de un modo que a ella le pareciera satisfactorio.

Volvió el hombre a levantar la cabeza, esta vez por iniciativa propia, nos miro y fue entonces cuando comenzaron sus lagrimas y con ellas su relato.

Se remonto a los días en que salió de la cárcel, nos contó lo que le había llevado a ella, como era él entonces y como lo miraba la gente que el respectaba.

Para alguien como yo es difícil saber lo que se siente cuando todo tu entorno te admira. Por eso soy consciente de que no fui capaz de comprender todo lo que nos dijo.

El caso es, en la medida que lo comprendí, que el si era admirado. A los ojos de toda la gente que le importaba él era un héroe, el hombre ideal hecho carne y hueso. El veía esa admiración en esos ojos y sus propios ojos se llenaban de ella. Pero, si también él se tomo así mismo por un heroico ejemplar de ideal de hombre... yo eso ya no lo sé.

Solo nos contó que así fue como entro en la cárcel, como permaneció en ella y también como salio de ella. Lo que si nos aseguro es que siempre se considero un hombre valiente y demostró serlo una y otra vez. Al fin y al cabo pocos pueden presumir de ser uno del primer puñado de insumisos que entre ir a la cárcel y hacer la mili osaron no hacer caso al miedo.

El fue uno de ellos, en esa época en que los insumisos iban a la cárcel sin saber que iba ser de ellos una vez dentro. No como iban años más tarde.

Fue al salir de la cárcel cuando su vida dio un brusco y definitivo giro.

Deicidio quitarse el olor a rejas viajando al sur.

Al principio todo fue bien.

Conoció una mujer, que le ayudo a quitarse ese olor y no solo en las aguas de una playa. De hecho el olor se fue, pero no solo el olor, con el se fueron muchas otras cosas. Se le fue el interés que tenía por las mujeres, si no era por esta en concreto. Se le fue la seguridad que sentía en si mismo. Perdió la sensación de libertad que ni dentro de la cárcel había perdido. Perdió el placer de depender solo de si mismo.

Se enamoro.

De repente el amor y el sexo dejaron de ser un hermoso pasatiempo.

Antes era una fiesta, ahora en cambio un compromiso.

Nuestro hombre se asusto.

Se fue.

Huyo.

Tomo el tren y se dispuso a perderse en la distancia.

Y, ella quedo atrás.

Pero seguía en él. De alguna manera no lo dejaba. Mirara a donde mirara, hiciera lo que hiciera, tratara de pensar en lo que tratara de pensar, seguía sintiéndola, como se siente a la persona amada, cuando se ama de verdad.

Comprendió que estaba loco.

Loco de miedo.

Que no era libre sino esclavo del miedo.

Y, se bajo en la siguiente estación.

Y, tomo de nuevo un tren.

Pero, cuando el nuevo tren llego a la playa, cuando de nuevo el hombre piso la arena...era tarde.
El aun estaba huyendo cuando ella entro en la mar y ya no salio.

Entonces, pareció, por largo rato, que el hombre ya no tenía nada más que decir. Los tres permanecimos en silencio.

Y, el hombre volvió a hablar. Sobre lo estúpidos que somos los seres humanos, lo fácil que le resulta al miedo, la vanidad, la ira, la presunción... hundirnos la vida. Lo peligrosos que son los silencios.

La importancia que tiene no confundir traicionarse a uno mismo con ser fiel a uno mismo.

Lo vital que resulta, en lo que de verdad importa no mentirse a uno mismo.

En que la libertad consiste en no ser perfecto y saber no avergonzarse por ello.

En que no basta con amar, si no se sabe amar.

Que amar no es necesario, pero fingir amar es de tontos y fingir no amar de locos.

Que al final todos vamos dar a la mar y entonces ya es tarde. Que lo que haya que hacer debe ser hecho antes.

Que esperar el momento oportuno es la forma más segura de perderlo

… y, el hombre hablo y hablo.

Y, entonces, por su boca salio el más bello poema de amor que pueda existir. Os lo juro.

Y, volvió el silencio.

Luego, dijo solo una cosa “lastima que no lo haya apuntado, ahora ya nadie lo recordara”.

Entonces ella, mi compañera, se levanto, en dos zancadas atravesó la puerta y se lanzo a correr escaleras a bajo. Me levante, espantado y corrí tras ella, saltando las escaleras de tres en tres y de cuatro en cuatro... movido por el miedo a que ella saliera a la carretera en ese estado. La atrape justo en el portal. Ahora era ella quien lloraba. La abrace y nos fuimos a casa.

Que yo recuerde jamás volvimos hablar de aquella noche, y nunca le pregunte que la hizo correr de ese modo, pero tampoco me hace falta. La conozco muy bien.

Diez años más tarde, el cuerpo agonizante de un mendigo, era todo lo que mis ojos podían ver del poeta de aquella noche. Pero, hasta el día mismo en que mi propio cuerpo agonice yo tendré en mi memoria, fresco, el recuerdo de aquella noche, de la persecución escaleras abajo y de un poema que ya nadie recordara, ni yo siquiera y que sin embargo jamás se me olvidara.

04 agosto 2009

El amor, esa palabra...

Las gentes olvidan con frecuencia que el amor es amo, no un siervo.

…Por eso detesto hablar de amor.

Esa palabra sirve para referirse a tantas y distintas cosas que en realidad ya no sirve para nada.

Demasiadas películas, demasiadas novelas, demasiados poemas y demasiadas canciones abusan de la palabra y mienten sobre el amor.

No creo ni anhelo amores que voluntariamente viven entre sombras cuando fuera luce el Sol y la puerta esta abierta de par en par.

No creo en amores cobardes.

Ni creo en amores puros, que no saben sudar.

Soñar con el amor es solo soñar. Amar es otra cosa.

…¿Qué clase de amor es el tuyo?

¿Os amais?...Entonces ¿qué hace el con otra, tu con otro...?

Nunca entendere amores que prefieren ser "ideales" que reales.
¡Dejar de llorar y ser consecuentes con lo que sentis!...O en mi opinión no estareis siendo dignos de lo que decis sentir.

Internet


Con frecuencia me tope con que Internet más que una red es una nube y eso me resulta francamente incomodo.

El anonimato lo vela todo, las mentiras tanto como las verdades. Simplemente no hay modo de diferenciarlas.

Lees algo, pero no sabes que es lo que estas leyendo.

Conctatas con alguien pero nunca llegas a saber con quien; ni su sexo, ni su edad, ni siquiera su número.

Cada vez, por lo tanto, comprendo más a quienes restringen su contacto en la red a los ya conocidos y a quienes navegan por ella; pero rehúyen contactar con quienes navegan en la nube, que llamamos Internet y que no es otra cosa que aquello que entre todos le hacemos ser.


Da igual que volar sea divertido cuando lo que de verdad quieres es navegar.


(El mar... me llama, es solo eso)